Un amigo de la facultad
me había mandado una invitación a un evento en el que el arte jugaba un papel
fundamental; pero no explicó gran cosa, aparte de que en él se hablaría con
profusión del pintor suizo Johann Heinrich Füssli, conocido entre los
británicos como Henry Fuseli. La tarjeta indicaba una dirección de un pueblo de
la sierra y supe que se trataba de un viejo caserón del siglo XIX, rehabilitado
con mucho dinero y mejor gusto. La lluvia caía con fuerza sobre nuestro coche
mientras Martín, que se inclinaba sobre el parabrisas para ver mejor, me
explicaba que iba a asistir a una singular forma de ver el arte. En realidad,
yo iba a ser el único espectador realmente novel de aquello, pues todos los
asistentes conocían y participaban de todo cuanto iba a ver y disfrutar.
Nuestro anfitrión, un
excéntrico hombre de negocios, era un entusiasta del Romanticismo como
movimiento literario y artístico y todos los años organizaba una convivencia
con sus amigos y conocidos en su vieja mansión de la sierra. Había un invitado
al evento como espectador, por lo general, cercano a alguno de los
participantes a aquel extraño aquelarre artístico. Lo primero que me sorprendió
fue ver a la entrada una pintura de Henry Fuseli, Thor golpeando a la serpiente
Midgard, presidiendo el acceso. La tenue iluminación ambiental y la cuidada luz
en torno al cuadro creaban una atmósfera irreal, en la que dos titánicas
fuerzas mitológicas se enfrentaban en un mar embravecido.
La parafernalia
romántica nos envolvía, no solo la decoración y mobiliario, sino también en
detalles como la vestimenta de los sirvientes que nos atendían, todo ello muy
cuidado y centrado en la primera o segunda década del siglo XIX. Martín me fue
presentando gente sentada en canapés y sillas Estilo Imperio, con las mismas
vestimentas que los sirvientes, pero con gran dispendio de telas caras y
diseños suntuosos. En mi habitación, sobre la cama y en el armario, había ropa
de época. Literalmente me transformé en uno de ellos y así pude recorrer las
tertulias informales y corrillos del salón y las salas adyacentes, sin que
nadie, aparentemente, reparara en mí.
Enseguida fui presentado
a mi anfitrión. Era un rubicundo y sonriente hombre de casi dos metros que se
paseaba entre los grupos saludando a unos, estrechando la mano a otros y
portando un libro de Byron bajo el brazo. De vez en cuando abría el volumen y,
con gran entusiasmo, entre histriónico y divertido, les recitaba algo con
pomposa solemnidad.
Nos sentamos junto a una
de las ventanas del salón. La lluvia fuera arreciaba y un fogonazo anticipó el
estruendo de un trueno. Mi anfitrión estaba exultante.
—Excelente tiempo —me
decía, mientras observaba mi cara de estupefacción— no ponga ese gesto, este
tiempo es magnífico para mis planes, además la previsión es que continúe todo
el fin de semana. ¿Sabía usted que el verano de 1816 fue extraño en extremo?
Entre risas me contó que
tal vez debiéramos a este extraño fenómeno de tiempo inusualmente frio la
creación de dos mitos del Romanticismo, Dos monstruos que ya no nos abandonarán
jamás; el Nuevo Prometeo y el Vampiro.
Conocía la historia mil
veces contada y narrada en libros y películas. La reunión en Villa Diodati,
cerca del Lago Ginebra, de cuatro genios de la literatura romántica: Byron,
Shelley, Mary Shelley y Polidori en 1816. Fue aquel un verano tan lluvioso y
frío que impidió a los amigos navegar y dar paseos por la campiña, lo que les
incitó a escribir. Me vino a la memoria
la histriónica recreación que Ken Russell hizo de este episodio en su filme
Gothic, frente a la mejor llevada de Gonzalo Suarez en Remando al viento. Es
posible que mi elección mental se debiera a que, presidiendo aquel rincón del
salón, estaba una de las obras más conocidas de Fuseli: La pesadilla; cuadro
que es visualizado y recreado por Russell en el filme. Nuevos relámpagos
iluminaban el rostro demoníaco del íncubo que acecha a la dama. Si la intención
de mi anfitrión era sumergirnos en los misterios de la poética romántica, a mi
entender lo había logrado. Bien era cierto que en todo aquello había un punto
de exceso; pero no lo era menos que, con imaginación, debía suplir el láudano
que circulaba entre los protagonistas de hace dos siglos, para que entráramos
en el trance necesario.
Pero si había pensado
que todo aquello no pasaba de ser la locura de un hombre que no sabía cómo
gastar el dinero, me equivocaba de medio a medio. La noche siguió con una cena,
donde corrió el vino y fueron recitadas poesías de Percival Shelley, Lord
Byron, fragmentos de El Vampiro de Polidori y pasajes del Frankenstein de Mary
Shelley. A la mañana siguiente en otro salón acondicionado como pequeño teatro,
una profesora con acento inglés dio una disertación sobre las ilustraciones que
Fuseli hizo de Shakespeare. Era sorprendente que el gran artista llegara a la
pintura tardíamente, convencido de ser más un ilustrador de literatura que un
pintor de genio, pero así fue. Mientras ella hablaba, las imágenes se
proyectaban en la pantalla, mostrando personajes del gran dramaturgo recreados
por la mente de Fuseli. Al final de la charla nos recomendó encarecidamente una
magnífica obra sobre el tema. Fuseli,
Shakespare’s Painter, de Giulio Carlo Argan.
No fue esa la única
disertación. El domingo por la mañana asistimos a otra en la que un profesor de
arte nos sumergió en el ambiente de pesadilla y sueños que fue el mundo onírico
de Fuseli. No solo se centró en el maestro suizo, del que tenía materia de
sobra, sino que se acercó a él comparándolo a otro genio de nuestro arte,
contemporáneo suyo: Francisco de Goya. Fue una conferencia memorable en la que
tan pronto el sueño de la razón producía monstruos, como que estos eran creados
por ella directamente, apenas velados por los limpios ropajes de nuestra
civilización.
Comidas y cenas se
transformaban en episodios creativos, influidos por los vapores del vino que
desinhibía a los menos lanzados. Se recitaban poesías propias o fragmentos de
obras ya creadas. También algún dibujante trazaba en carboncillo imágenes
mitológicas, oníricas o dramáticas inspiradas en Fuseli, mientras un hombre de
letras leía en voz alta alguno de los aforismos del artista. En otras ocasiones
breves performance, recreaban momentos imaginados en aquella villa del lago y
otros salidos de la imaginación de sus autores. Todo valía y todo era invención
e ingenio, con gran gusto de los presentes.
En compañía de nuestro
anfitrión, recorrimos las salas del viejo caserón, todas contaban con una o
varias reproducciones de tamaño real de los cuadros de Fuseli. No eran pinturas
propiamente dichas, sino facsímiles de gran calidad que simulaban perfectamente
el ambiente que se deseaba crear. Supuse que cada año cambiaba el autor y la
temática, pero siendo que la casa estaba perfectamente ambientada en el primer
tercio del siglo XIX, cualquier pintura romántica encajaba como un guante en
aquel decorado. Pero iba de sorpresa en sorpresa, mi cicerone no solo era un
entusiasta más o menos informado del tema que le gustaba, era en realidad un
verdadero experto en pintura del siglo XIX. Su conversación no desmerecía a las
de sus muchos invitados, prácticamente todos profesores de historia del arte, o
de literatura, escritores, historiadores y artistas de todo pelaje.
La última velada nos
reunimos con expectación en el salón de actos donde habían tenido lugar las
disertaciones. El telón estaba bajado y había un murmullo general de intriga.
Lo que iba a ocurrir al levantarse la tela, solo lo sabían el anfitrión y un
reducido grupo de sus acólitos. Sin música y sin anuncio alguno el telón se
levantó lentamente mientras el público permanecía en un respetuoso silencio.
Apareció en medio de la
escena un hombre de edad indefinida, pronto supimos que se trataba de Henry
Fuseli interpretado por un actor. Iba ataviado con las mismas ropas y el mismo
peinado de un retrato que le hicieron cuando no debía tener más de cuarenta años,
que yo había visto en una de las salas. Fuseli, sentado en un escritorio,
garabateaba con una pluma febrilmente y de pronto se levantó y comenzó a
hablar. Se inició con un extraño exordio, formado por algunos de sus aforismos
célebres: tales como:
“La belleza, aislada de
cualquier otro aspecto, puede desembocar fácilmente en la banalidad,
saciándonos como nos sacia la posesión.”
“La abundancia raramente
logra comunicar el sentido de la grandeza.”
“Sólo una inagotable
fatiga puede llevar hacia la perfección; sólo el solemne e imparcial fluir del
tiempo abre las puertas de la inmortalidad.”
[i]
Después comenzó a
charlar en un lento y melodioso monólogo:
Belleza, grandeza e
inmortalidad son fines en sí mismos a los que aspira el artista. Yo los he
perseguido cabalgando el negro corcel de la noche, apremiando los sueños como
lúcidas visiones celestiales. Las pesadillas, hermanas tenebrosas de aquellos
son, en cambio, simas a través de las cuales la mente se sumerge en los
resplandores del averno. Otra realidad se esconde tras las veladuras de Morfeo.
dioses y demonios oprimen el alma del durmiente como guías a otra realidad,
quien sabe si más verdadera que esta en la que os hablo. No durmáis pensado que
sois libres, no dejéis que ellos os gobiernen cual desbocada yegua en tiniebla,
no penséis, como decía Adison, que el alma, libre del cuerpo, imagina; pero yo
os digo que el alma sin consciencia la gobiernan otros…
Sus hipnóticas palabras
nos envolvieron a todos, mientras seres de pesadilla eran reflejados en la
pared del fondo. El telón bajó y todo quedó en penumbra. Nos retiramos a
nuestros aposentos extrañados, como poseídos del alma de Fuseli. Aquella noche
soñé, pero fue tan denso el sueño que mi mente protegió mi alma de súcubos y
alimañas. Ya no volvería a mirar un cuadro de Fuseli sin estremecerme.
Hay personas que viven
fuera de su época y añoran mundos pasados con otros ideales más puros, promesas
de vida o principios distintos a los de ahora, todo tan idealizado como falso.
Seguramente conscientes de ello, de sus fantasías y soportando a duras penas la
realidad que lo contiene todo, viven una vida de sueño. Tal vez los sueños no
sean tan malos, si lo pensamos, cuando el presente no nos ofrece nada, a menos
que, esos sueños, tan deseados y necesarios, se conviertan en pesadillas.
https://elvuelodelalechuza.com/2017/06/28/el-pintor-de-la-oscuridad-aforismos-ineditos-de-j-h-fussli/
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